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03 de Marzo, 2017
“MEA CULPA”. Parte 1
Ultimamente estamos asistiendo a un debate ciudadano acerca de la ciudad que no tenía lugar desde hace muchos años. Y estamos asistiendo también a algo todavía más inusual como es la participación pública de los arquitectos en este debate. Todos debemos felicitarnos por ello.
 
Cuando un arquitecto se presenta a un concurso, lo que es muy habitual, entrega generosamente, la mayor parte de las veces gratuitamente, una solución que no es otra cosa que su contestación a un problema de la ciudad o de la ciudadanía. En realidad, es su opinión acerca del tema concreto que el concurso propone pero, muchas veces, es más que eso, es su opinión sobre otros muchos asuntos que trascienden al planteado. Es decir, que un proyecto refleja sus ideas, su forma de pensar y, en definitiva, su manera de ver y estar en el mundo.
 
Esto es algo evidente para quien sabe leer detrás de los dibujos las preguntas y respuestas que todo arquitecto debe hacerse cada vez que ejerce como tal. Pero no todas las personas están capacitadas, o al menos no están formadas, para poder entenderlo. Es por ello, por lo que se hace necesaria la verbalización del lenguaje propiamente arquitectónico, la comunicación oral de las ideas, traducidas al lenguaje común que no es otro que el lenguaje hablado.
 
Y allí es donde los arquitectos, entre los que ahora me incluyo, hemos fallado en los últimos tiempos. 
 
¿Dónde estábamos cuando se hacían los abusivos planteamientos que ocupaban indiscriminadamente el territorio, produciéndole heridas difíciles, por no decir imposibles, de sanar?
 
¿Dónde estábamos cuando se imponía el aprovechamiento a la razón, en esa especie de huida hacia adelante que arrasó tantos parajes y arruinó muchos hogares?
 
¿Dónde estábamos cuando el sentido común era lo único que había que salvar y no lo encontrábamos en ninguna parte?
 
¿Dónde estábamos cuando, ya producido el desastre, no supimos decir que el suelo y las viviendas que pasaron a manos públicas, pagadas y bien pagadas por los contribuyentes, podrían haber servido para abordar operaciones de cambios y mejoras en muchas de nuestras ciudades? Y que el llamado “Banco Malo” podría haberse tornado en “Bueno”, siendo un ejemplo de gestor ilusionante, buscando transformaciones tipológicas, promocionando avances en las técnicas rehabilitadoras, investigando nuevos tipos residenciales, esponjando tejidos urbanos, creando espacios para la convivencia, recuperando valores paisajísticos o devolviendo al medio ambiente compensaciones por los daños infligidos? 
 
Ciertamente, este silencio corporativo no tiene vuelta atrás y lo estamos pagando caro con el desprestigio en el que ha caído últimamente nuestra profesión. Pero quizás podamos recuperar el respeto y el crédito, que nunca debimos perder, si volvemos a empezar con humildad, a actuar sin soberbia y a participar, desde nuestro conocimiento como profesionales, en los temas que incumben a la vivienda, a la ciudad, al territorio y al paisaje.
 
Ahora bien, después de entonar este obligado “mea culpa” también pido, exijo más bien, una mayor publicitación de nuestros trabajos, aportados altruistamente a tantos y tantos concursos, y que, en la mayor parte de los casos, se archivan en estanterías donde cogen polvo hasta que “alguien” decide tirarlos a la basura para hacer hueco a otros archivos y documentaciones. 
 
¿Por qué nadie los ve?, ¿por qué la mayoría de las veces no se exponen para conocimiento general?, ¿por qué no se discuten y comentan públicamente? De verdad, que es muy ingrato perder un concurso cuando le has dedicado horas y horas de trabajo pero lo que es insoportable es comprobar que tu trabajo no ha servido para nada, que nunca nadie sabrá lo que has pensado ni nadie escuchará lo que tenías que decir.
 
Categoría:
Escritos
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